sábado, 11 de enero de 2014

Encrucijada - Pere Ll. Mataró

Otra vez en una encrucijada…

La historia se repite en mi vida de una forma enfermiza, como si siempre el centro de la espiral estuviera en mí mismo.

Una oscuridad conocida se regocija en mí, haciendo un calvario de la recatada luz que penetra tenuemente entre las lamas relajadas de la persiana de la ventana de mi vida.

Pensamientos que creía olvidados vuelven a borbotones sacudiendo el recuerdo, haciendo que se acelere el palpitar de mi sangre, cada vez más cansada por el trasiego de los senderos recorridos, llegando a causarme dolor en el alma.

El espejismo de la libertad que siempre me ha traicionado, se burla de mí con una mueca insultante, señalándome que la fragilidad de mis pasos siempre me llevan al mismo recoveco.

La soledad siempre fiel en un mundo de murmuros, sigue jugando a ser mi sombra, mientras es testigo del ir y venir de unos sentimientos pasajeros y otros que perduran en el tiempo, adoptados como compañeros de viaje.

La constante agonía de alejarme cuando aún no he llegado, esa sensación de llegar siempre demasiado pronto o demasiado tarde al momento, al lugar dibujado en la esperanza, me quita el sueño de forma constante.

No puedo ordenar las sensaciones, llegan demasiado rápido en forma de avalancha no pudiéndolas saborear y menos entender, mientras el tic tac del tiempo me va robando las cosas importantes encontradas por el camino.

Mi raciocinio se pierde en un mar de dudas surgidas de mi sinrazón, haciéndome olvidar lo aprendido para volver a caer en los mismos errores, reafirmando que mi felicidad relativa, solo es eso relativa, frágil espejismo atrapado en el espejo roto de un viejo desván, rodeada de nostalgias, sinsabores y pálpitos calmados en alguna que otra orilla. 

La imagen que ven mis ojos es opaca, nublándome el horizonte de esta corta vida incierta dónde vas dejando parte de tu alma en cada suspiro arrancado por las constantes pruebas a las que te somete.

Se va secando el alma con el derramar constante de su elixir, con la perdida de lo querido. Demasiadas lágrimas derramadas secan las carnes cada vez más marchitas, adentrándote cada vez más al final del camino, acercándote susurro a susurro a ser parte del polvo de dónde venimos.

El tumultuoso ruido de los remordimientos por tener el sabor de hacer daño a quien no quieres hacérselo dificulta el poder vivir relajadamente el suspiro. La propia consciencia nos amarga el paso titiritero de una vida adornada de miserias y locuras donde la esperanza se transforma en utopía.

A lo lejos esa imagen bucólica, de una estación de tren enmarcada en un atardecer de tonos rojizos, y en el andén un perfil desgarbado reposando sobre una gran maleta llena de recuerdos y dudas, consolándose con el ridículo pensamiento de que antes de tomar el último tren, de forma absurdamente egoísta, deja su semilla que le perpetuara y le hará seguir soñando una vida que jamás vivirá.

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