columpiándome en esa nube espontanea, tímidamente aterciopelada,
descubro la tranquilidad del vacío.
En el blanco ecléctico, lleno de todo y vacio de nada,
donde el llanto de un recién nacido se escucha a sí mismo por primera vez,
sorprendiendo al silencio blanco donde el eco desgarra la inocencia.
En ese blanco donde nada importa porque esa nada es el todo,
donde el reflejo pierde su importancia,
aparece en un nuevo horizonte el punto negro inflexible
que convertirá el suspiro de la transparencia en un nueva forma,
violando la concupiscencia que emana,
donde uno no sabe si estaba o si tan siquiera había nacido,
para pasar a lo predecible conocido,
al dibujo, al paisaje, a la huella donde se va perfilando de nuevo
el recuerdo, la lagrima, el suspiro, el desengaño, la felicidad pasajera,
el volver al camino recorrido, al reflejo en el espejo roto,
a la marca dejada en el alma por un ayer que se hace cada vez más reconocible…
En la transparencia del blanco se esconde siempre la insolencia perversa del negro.
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